La tagarnina

"Están buenas esparragadas, están buenas guisadas, de todas formas que las pongas… Yo cojo las tagarninas allí en mi campo; a mí me encanta cogerlas. A mí me gusta más el rebujito de tagarninas que el de espárragos; el espárrago amarga un poquito…" (Ana Mariscal, Algar).
Buena compañera del espárrago siempre fue la tagarnina. Este cardillo silvestre comestible ayudó a paliar el hambre de las gentes humildes y su sabor y formas de elaborado son muy parecidas a las del rey del monte. En tortillas, potajes, guisos y berzas. Esparragás, aliñás, sopeás y revueltas.
"En la Sierra de las Cabras, en la Cueva de Las Palomas, mi marido hizo una choza para que viviéramos mis nueve hijos y yo. (…) Cerca de nuestro chozo vivían unos vecinos que tenía cuatro hijos; antes, los vecinos nos ayudábamos mutuamente y eran como de la familia. Yo iba con las hijas de este matrimonio a coger tagarninas. Por aquellos montes no abundaban y, entonces, bajábamos a las vegas a buscarlas; allí las había muy grandes y buenas. Sin darnos cuenta, nos metimos en las tierras de un cortijo de por allí y el capataz montado en un caballo fue a llamarnos la atención para que dejásemos la recolecta de tagarninas, pero yo no le hice caso: tenía nueve hijos y era lo único que tenía para darles de comer. Mediando palabras, el hombre nos dejo llevarlas pero advirtiéndonos que no volviésemos allí de nuevo, pero yo volví de nuevo: era el único sitio donde las había y mis hijos tenían que comer" (Josefa Menas Alberto, Prado del Rey).