La miel

Ambrosía que encierra el paso de las estaciones de esta sierra gaditana en la que las hacendosas abejas trashuman por el azahar, el cantueso, el romero, el eucalipto, el madroño, el tomillo, la encina… A simple vista, por el color y la textura, podemos diferenciar la frescura ambarina de la miel de flores, de los matices rojioscuros de la miel de bosque. Para gustos pintan colores pero, salvando sus particularidades, ambas gozan de una calidad y una reputación extraordinarias.
"Si las colmenas se tienen en lugares donde hay muchos girasoles, remolacha o plantaciones de algún frutal, pues la miel es muy clarita, es néctar de flores, es muy buena y de mucha calidá, pero no es lo mismo que la miel de sierra. En la Sierra de Grazalema no hay ningún tipo de plantación, aquí lo que hay es Parque Natural puro y duro, entonce, lo que hay es flores silvestre y muchísimas arboleas. Es una miel muy oscura debido a los árboles que dan ese tono oscuro porque las abejas sacan el mielato de lo árboles. Es una miel con muchísima calidá porque aquí hay muchísima variedá, pero se saca muy poquita cantidá porque al ser zona de sierra más del cincuenta por ciento del terreno no se puede acceder, es piedra y la zona donde se ponen las colmena también es de difícil acceso…" (Juan Luis Mateos Muñoz, Ecomiel, Grazalema).
Los apicultores de la Sierra de Cádiz constituyen en su conjunto un valioso manual de botánica y silvicultura. Son sabios conocedores de la flora y la riqueza forestal de la comarca pues éstas sirven de alimento a las laboriosas abejas que colman sus panales y llevan a nuestra despensa el dulce fruto de su trabajo.
Las abejas endulzaron la austeridad de antaño empapando con su miel las tostadas de la infancia, el nutrido compendio de recetas pasteleras y aplacando el amargor de remedios, infusiones y tisanas. La miel, además de ser un excelente conservante y un remedio natural, se sitúa entre los ingredientes capitales de la repostería tradicional serrana.